Por Héctor Alegre
La historia trágica de las dos hermanitas, de 15 y 11 años, que fue conocida por todos cuando se daba la detención e imputación del músico Pablo Benegas, comenzó muchos años antes. Las dos son las mayores de un total de cuatro hermanos nacidos de la relación entre una joven mujer con problemas de adicción y un hombre con igual condición de adicto, preso actualmente por tráfico de drogas.
Tras la separación de sus padres, por un breve periodo de tiempo, todos pudieron vivir tranquilos con la mamá. Sin embargo ella volvió a recaer en las drogas y a hacer pareja con otro hombre, con la misma situación de estar enganchado al crack y al alcohol. Y ahí nuevamente todo volvió a empezar: los maltratos, el hambre, la calle, el abandono. Una vida condenada desde tan temprana edad a la peor miseria. Nada más lejos de lo que debería ser la vida de unos niños, que no tienen ninguna responsabilidad de haber nacido en la realidad de marginación que les tocó enfrentar desde prácticamente su nacimiento.
De haber pasado un corto tiempo – excesivamente corto- como una familia más o menos normal, por culpa de los demonios que marcaban la vida de sus adultos, en especial ellas dos, se sumaron al ejercito de cientos de niños, niñas y adolescentes que desde tempranas horas suben desde las barriadas hacía las zonas comerciales y residenciales de Asunción, imagen que de una manera terrible se replica en muchas de las ciudades más grandes del país. Fueron lanzadas a la calle a rebuscarse cualquier cosa que sirviera para subsistir ese día, para luego volver a la humilde morada en donde trataban de descansar para al día siguiente todo comenzara de nuevo.
Poco le costó a la vida de marginación lograr que la nena, hoy de 15 años, abandone la escuela encontrando cobijo primero en el alcohol y luego en las drogas de todo tipo, pero en especial la pasta base. Todo era extremo, y los largos periodos de tiempo fuera de la casa se hicieron más usuales, todos vivían en una humilde casa de su abuela materna aún con su mamá junto con su pareja.
Todo transcurría así en un ciclo nefasto, en donde las escenas de violencia eran comunes, hasta que la abuela en el 2017 o desde el 2019 ( ni esto está muy claro) recurrió al Ministerio de la Defensa Pública para pedir auxilio, ella sabía que la mayor ya era también presa de la maldita droga como su hija y que la hermanita que le seguía también ya estaba en situación extrema a pesar de ser una nena pequeña. La anciana, que llevaba sobre sus espaldas toda una vida de abandono, quería por lo menos que la tercera nena y el único nieto varón que tenía tengan una pequeña, pero pequeña, oportunidad no sufrir lo que sus hermanas mayores ya estaban viviendo.
Hoy no toca hablar de la gestión del sistema de Justicia, esa tarea debe ser asumida por las respectivas autoridades que deben de auditar la gestión del Juez (actual camarista) Guillermo Trovato como de la Defensora de la Niñez Agueda Morel. Pero no quiero dejar de puntualizar que como mínimo en ese expediente ( salvo la encomiable actuación de funcionarios de otras instituciones de acogida) no se ve siquiera un atisbo de humanidad, de amor por el próximo, de preocupación. Ambos funcionarios, repito en otra entrega pondré los puntos sobre las iés en lo técnico, no tuvieron “projimidad”. Lo peor de todo es que las leyes como manuales de protección a la niñez vigentes en el país son herramientas de altisimo valor. Ha de ser por falta de recursos, de más personal capacitado, de más funcionarios, eso se podría discutir, pero todas esas eventuales carencias se podrían haber suplido si los actores de esta historia, los llamados a proteger a estas niñas, hubieran intentando hacer su trabajo por lo menos con un poco de amor.
Volviendo a la historia de estas niñas, la abuela como una de las tías maternas, pidieron la guarda de ambas. La idea era que la segunda quede con la abuela con los otros dos hermanitos y que la primera vaya a vivir con la tía, lejos del barrio. Sin embargo la madre de los pequeños, que ya había sido expulsada del hogar familiar, volvía una y otra vez contra su propia madre acompañada de su pareja, violentando todo a su paso. La mujer, ya entrada en años, acudió una y otra vez al sistema de justicia al ver que ya no podía hacer enfrente a algo ya inmanejable y sólo encontró papeles. Ella no tuvo otra opción que mudarse con los más pequeños a Capiatá, prácticamente a escondidas agarró sus pertenencias, a los dos más chiquitos y dejó atrás su barrio.
En la fría crónica monocorde del expediente judicial, de acuerdo no a la lectura del mismo pues eso está vedado sino a datos extraídos de las diversas notas emitidas, hay varios puntos que impactan pero hay uno especial que conmueve. Luego de estar varios meses vagando por las calles, a veces con su hermana menor y la mas de las ocasiones sola, un día a finales del 2022 ella volvió a la zona donde creció, ya no daba más, su piel inocente curtida injustamente por lo que le tocó vivir podría aguantar más incluso, pero su corazón no. Ella anhelaba tener una oportunidad de abrazar a alguien que por lo menos le haya dado algo de amor maternal que su madre biológica no le pudo dar. Así una mañana golpeó las puertas del Centro de Acogida, uno de los pocos que funcionan en la zona, para hablar con la trabajadora social que tiempo atrás le dio cobijo a ella como a su hermana. Ella pidió que la persona que le dio un poco de amor le ayude a por lo menos una vez en su vida tener un hogar.
Y el sistema se puso en marcha, la justicia dio un plazo de 48 horas a las instituciones pertinentes para que se encuentre una familia acogedora o un hogar temporal. Pero para ella no había familia u hogar disponibles y nuevamente le dieron la espalda. La calle nuevamente la convocó y ahora con su hermana menor. Siempre marginadas, siempre abandonadas. No hay derecho. No hay justicia en que sigamos perdiendo generaciones y generaciones de personas a quienes la palabra familia, amor, hogar, les resulta dolorosamente lejanas, imposibles de alcanzar o disfrutar lo que eso significa. NO, NO HAY JUSTICIA. Y siquiera son las únicas personitas cuyo dolor no es escuchado por gran parte de la sociedad, sus ojitos, sus manos extendidas nos interpelan, sus reclamos son silenciosamente ensordecedores.