Por Gonzalo Quintana
El gran tema político de los últimos días es el “Peñismo”. Se expone como una necesidad para que el Presidente tenga suficiente autonomía para gobernar, como una realidad en ejecución o como un fantasma para asustar a los confundidos o pícaros que están buscando una posición desde donde partir pensando en la maratón para las elecciones del 2028.
Para mí, no tiene sentido político crear un “ismo” en el Paraguay desde la presidencia de la República porque una vez que se ocupó ese cargo -la presidencia- solo se puede ser Senador vitalicio, para lo cual no se necesita de un movimiento. Esa posición se ocupa por mandato constitucional.
Para los que aspiran a llegar a la presidencia tener un movimiento propio no solo tiene mucho sentido sino que es una necesidad. Para los que necesitan protección política para negociar privilegios o impunidad, también. Para los que están especulando con una reforma constitucional para volver a competir, podría explicarse.
Con nuestra Constitución, lo ideal es que el Presidente cuente con apoyo político para sus proyectos de gobierno. Sin dudas, el principal y más sólido apoyo debe ser el de su partido; pero es muy deseable que aquellos temas que están vinculados a los intereses vitales de la Nación sean compartidos por el gobierno y la oposición. En los EEUU le llaman “temas bipartidistas” porque conviene a los dos grandes partidos.
Paradójicamente, cuando el Presidente activa en las internas de su partido, en vez de dar solidez a su posición lo debilita, porque desde el gobierno inevitablemente se genera ciertos privilegios que los competidores los consideraran una amenaza para sus propios intereses.

Desde 1989 a esta parte tenemos lecciones muy claras, contundentes. Me valgo de una experiencia personal, directa, para resumir.
Una semana después de asumir Luis González Machi la Presidencia se hizo una cena informal, un encuentro en una casa particular. Fui invitado y fui el único opositor, supongo porque en ese momento, era Presidente de la Cámara de Senadores y en consecuencia del Congreso. Solo estaban colorados argañistas.
Al llegar al lugar, me di cuenta de que no era pato de esa laguna y opté por ocupar un sitio alejado de la mesa principal, con 3 o 4 funcionarios del Congreso. El Presidente me pide que comparta su larguísima mesa y me ubica frente a él.
Le pregunto: ¿Cómo te sentís? ¿Qué es lo que más te preocupa?
Me contesta: “La cuestión económica”. No sé qué quiso decir con esa generalidad.
Le dije: creo que ese no es tu principal problema. Tu principal problema es que vas a tener que elegir muy bien a tus colaboradores porque vas a tener dificultades para encontrar gente que se comprometa, que se juegue por tu gobierno.
Agregué: ninguno de los que están en esta mesa y en las otras están pensando en tu gobierno, están pensando en cómo aprovechar tu gobierno para ser parte del próximo, del que te suceda. Acto seguido, volví a mi mesa original.
Poco tiempo después, inclusive antes de cenar, me despido. Estaban tres ministros en una cabecera de la mesa principal. NO, NO, NO no te vas a ir sin antes de contarnos lo que le dijiste al Presidente que le dejo tan preocupado.
Les conté palabra por palabra lo que le dije. Uno de ellos me palmoteó la espalda y me dijo: “tenes razón, che’raa, sos un buen amigo”.
Estoy convencido que un Presidente no necesita un movimiento propio. Necesita convencer que no es una amenaza para nadie y que sus planteamientos desde el gobierno son en beneficio de todos.
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