Por Héctor Alegre
De la situación política como jurídica de su mentor y líder político, pasando por las características de su ejercicio del mando presidencial, hasta llegar al más reciente cruce con la clase política, propia como ajena, representada en el Poder Legislativo, a Santiago Peña se lo ha visto en más de una ocasión calibrando a su entorno como a sus adversarios y, por qué no, calibrándose a sí mismo como mandatario.
Su corto mandato, que aún no ha llegado a los 100 días, ya estuvo expuesto, a veces de manera directa y otra tantas de manera indirecta, a varios escenarios, uno más complejo que otro.
Y es como si fuera, al menos en aquellos hechos relacionados a su figura presidencial, en lo político como en lo administrativo, que ha montado su propio relato. Es realmente difícil de creer que alguien que se ha pasado los últimos 8 años forjando su lado político, como complemento de su lado técnico, pueda incurrir en errores de contexto o de fallos muy evidentes en su “soy yo” público.
Quien se ha preparado de esta manera para ejercer el mando administrativo de un país, con una profusa formación técnica, amén de una experiencia en lo privado como en lo público, también debió de construir su perfil político como una manera necesaria de apostar al éxito de su gestión.
Es de ilusos pensar que Peña esté pensando en fracasar, o que su tarea está orientada solamente en bregar por los objetivos políticos y empresariales de Horacio Cartes. A ambos no les conviene el fracaso como horizonte posible, cabe preguntar en este punto hasta que nivel están unidos los destinos políticos de ambos.
Acá dos puntualizaciones, basadas tanto en declaraciones públicas del ex Presidente Cartes como en versiones corroboradas del mundo político, en lo primero en un acto en la Junta de Gobierno el actual Presidente Colorado afirmó vehementemente que no hay nada de cierto en la tan comentada separación política entre ambos.
Por el otro, fuentes, más que bien informadas, indicaron que ante el reclamo de dirigentes cartistas de haberse quedado sin cargos en el Gobierno de Peña, el líder de Honor Colorado dejó en claro que ese tipo de reclamos debían ser expresados ante el actual Mandatario y que en la mansión de la Avenida España ese tema no tenía cabida.
Y ahora lo último, el tratamiento vía adenda de aumentos de salarios con una incidencia menor en el presupuesto general de gastos de la Nación, pero con coste político demasiado alto, poca claridad en cuanto a quién es el padre de la criatura y la utilización de una palabra demasiado fuerte como extorsión, y que para peor no se tiene claridad a quien pretendió endilgar Peña, componen el nuevo capítulo de este mandato.
Fue el Senador Rafael Filizzola quien abrió la caja de pandora, ¿Cuántos legisladores sabían de la existencia de la tan polémica adenda y cuantos de ellos prefirieron callar? Salvo unos pocos legisladores, gran parte de los 125 representantes del pueblo, al parecer prefirieron mirar para otro lado, en resumen, si el tema salía mal, luego podrían fingir demencia, total el coste político lo iba a pagar otro.
Pero aún con todo lo que se ha dicho, al menos para mí, a este cuento le faltan varias partes. Hasta parece irrisorio creer que el Poder Ejecutivo se enfrasque en una agria disputa sólo por una cuestión de incremento salarial. Es bien sabido que a gran parte de nuestra clase política como a quienes integran los referidos gabinetes ministeriales dinero es justamente algo que no les falta. Y es muy fácil corroborar este punto al revisar las declaraciones juradas de quienes integran esos ámbitos, por elección o designación.
Y si, con esto se puede pensar que al menos esta pelea no es por una suba salarial, irrisoria en cuanto al total del presupuesto de la Nación, pero de alto nivel de rechazo en lo social, acá lo que está en juego es quien tiene la sartén por el mango, o el Poder Ejecutivo o el Poder Legislativo. Dice un viejo refrán para hacer una buena tortilla hace falta romper muchos huevos, y esto último lo agrego yo, sean o no de mi gallinero.