Por Ana Rivas
La semana final de las campañas electorales está marcada por el exceso de eventos en ambas y principales postulaciones a la Presidencia de la República. Sin embargo y aún con el esfuerzo de los cuatro principales candidatos por recorrer la mayor cantidad de territorio posible, el entusiasmo ciudadano sigue sin aparecer, más allá de los operadores o correligionarios directamente involucrados con las candidaturas.
Es decir: la orfandad de liderazgos genuinos es palpable, en todas las ofertas electorales.
Quizás por un signo de los tiempos, donde se juega un profundo cambio etario de liderazgos o por la coyuntura económica – aún no recuperada desde la pandemia- lo cierto es que ninguna dupla entusiasma lo suficiente para señalar claramente al ganador “de la calle”.
Posiblemente, el único que logrará conseguir más presencia, aunque no votos, será Payo Cubas. Su estilo rompedor e irreverente encanta hasta que se traiciona a sí mismo, se va de revoluciones y exhibe su propia inhabilidad para ser un ejemplo a seguir, un “guía”, alguien que marque el rumbo. Es decir, Payo es un brillante saboteador de sí mismo. Pero lo más probable es que tenga representación parlamentaria y desde allí continúe su larga lucha por destruir todo sin proponer nada concreto.
La batalla electoral está a punto de terminar pero la de la gobernabilidad está sólo por comenzar. Porque si ya en este período que termina, el dirigido por Abdo Benítez, hubo que gestar una alianza transversal a los partidos para continuar en el gobierno, el próximo- cualquiera sea el ganador y recalco: cualquiera- va a requerir de más negociación que nunca, de más capacidad de construcción de mayorías y más paciencia que ninguno antes.
Porque lo único seguro que se viene es que quien sea que gane el Poder Ejecutivo, no contará con mayoría propia en el Legislativo (ojo: puede tener los números, pero no las lealtades) lo que obligará a nuevas negociaciones y alianzas. Exactamente como ocurrió en el periodo que se va, el que viene tendrá que acordar, desde el principio, un reaseguro para mantener la gobernabilidad y la propia estabilidad.
Pero juguemos un rato al realismo mágico.
Si gana la dupla Santi-Alliana, tendrá en Fuerza Republicana su mayor adversario. Y Fuerza Republicana negociará con la Concertación asegurar una mayoría en el Legislativo. Es decir, a paso que dé el Ejecutivo, paso que podrá ser “chakeado” por la mayoría adversaria.
Si gana la dupla Efraín-Sole, tendrán como adversarios a los cartistas, los exluguistas seguidores de Euclides y Querey y los propios liberales anti-efrainistas (estos serán los más feroces adversarios). Deberá negociar para armar mayoría con quienes entren de Fuerza Republicana, Alianza Encuentro Nacional, Patria Querida (mientras no empiecen los roces en el Ejecutivo) y un posible buen número de “saldos y retazos” que posiblemente conformen los payocubistas y algún que otro que pueda sentar reales en algún curul.
Cabe preguntarse cómo el elemento “significativamente” tendrá injerencia en este panorama. Porque ¿seguirán habiendo Santipeñistas sin Cartes? Si gana Peña y Cartes desaparece del mapa político, ¿cómo y con quienes se mantendrá en el poder?
Asimismo, sin la amenaza cartista, los colorados de Fuerza Republicana, seguirán apostando a una alianza con sus históricos adversarios, los liberales? O con la polémica y estridente Kattya González y sus aliados? Sin Cartes, ¿no soplarían vientos de unidad real en la ANR?
Podemos estar ante el fin de las campañas pero el inicio del canibalismo político, hasta que surja un nuevo líder real (no digitado ni tutelado) popular (no impuesto por las circunstancias) y auténtico, que pueda llevar genuinamente, con acompañamiento ciudadano, los destinos del país.