Por Gonzalo Quintana
Es más doloroso que la Chikungunya y sin duda alguna moralmente devastador ver que lo que, en plena dictadura, era la base de nuestra formación ciudadana y está – paradójicamente-desapareciendo.
Con los nombramientos a diario en los Poderes del Estado, en los organismos extra-poderes, en la instituciones y empresas del Estado, vemos que en este largo proceso democrático, esa base está siendo pulverizada, desprestigiada y proscripta.
Esa base ciudadana era la buena reputación. La reputación es sinónimo de fama, según el diccionario Larousse, mientras el de la Real Academia Española la define como “la opinión que las gentes tienen de una persona”. La reputación es prestigio, estima, fama, renombre, notoriedad, imagen.
Durante la dictadura, al que igual que ahora en pleno proceso democrático, el cargo otorga el mando, pero la autoridad no la da el cargo, la da la reputación. Entonces, en la actualidad, la falta de autoridad se da exactamente por la misma razón pero a la inversa; no existe autoridad por mala reputación.
En la actualidad, nosotros los ciudadanos damos con nuestros votos, el mando a gente con pésima reputación, recontra conocidos y encima tenemos el tupé de reclamar y protestar contra todo tipo de inseguridades, desde la jurídica a la personal en las calles, por el desorden y la desidia, por la incapacidad y la ineficiencia y por supuesto, por la coima diaria a la corrupción generalizada.

La reputación era una cuestión apreciada, trabajada y protegida. Nos interesaba la consideración de la gente sobre todo si se ejercía una función pública.
Entonces, los funcionarios públicos en general eran apreciados y respetados porque se reconocía esa base ético/moral que se enseñaba y aprendía en una materia del tercer curso (noveno actual) que se llamaba “Educación Cívica y Moral”. Los maestros, los militares, los policías, los funcionarios de hacienda y municipales, etc., que no estaban metidos en la represión y persecución política gozaban de BUENA REPUTACIÓN. Aunque no lo crean, inclusive los sacerdotes y obispos gozaban de buena reputación (a nadie se le ocurriría que eran pedófilos y picaflores, que hacían negocios y demás).
Recuerdo que en el colegio estudiábamos que en la Constitución de 1940 (aunque de corte fascista, tenía algunos mensajes buenos) decía, por ejemplo, en el art 46, que para ser Presidente de la República debía “reunir condiciones morales e intelectuales que le hagan digno de ejercer el cargo”.
En el art. 60: “Para ocupar el cargo de Ministro se requiere (…) gozar de notoria reputación de honorabilidad y versación en los negocios públicos”.
En el art. 81: “Para formar parte de la Corte Suprema se requiere (…) ser de una vida pública y privada intachable”.
Y en la Constitución de 1967: Art. 185. “Para ocupar el cargo de Ministro (…) gozar de notoria reputación de honorabilidad y versación en los negocios públicos”.