Por Estela Valdés
La clase política lucha entre sí para abarcar espacios de poder y mantenerse en el. Lo hace para conseguir adeptos, para no quedar fuera de las negociaciones, aliarse cuando es necesario para obtener algún beneficio siempre económico. En este sector aunque pretenden vender esa imagen, no hay antagónicos, todos son iguales y procuran exactamente lo mismo con colores y discursos aparentemente diferentes. Se sacan los ojos, despotrican unos contra otros, se denuncian mutuamente cuando alguno queda fuera de alguna “repartición de bienes” y como corresponde todo lo que hablan y acuerdan queda guardado y registrado como una carta bajo la manga y siempre es útil.
La clase manipuladora que se disfraza de líder campesino o sindical y manosean conciencias, serviles a las estructuras políticas y se mueven en medio a chantajes y presiones que conducen a la obtención de bienes a expensas de la exposición y vulnerabilidad de quienes les creen y les siguen, impiden que se generen soluciones de fondo porque perderían “su trabajo”
La clase media lucha para educar a sus hijos, para alcanzar un mejor nivel de vida, para pagar el alquiler, para conseguir un aumento de sueldo, para cambiar el auto, para pagar el colegio privado y la universidad, para vestirse de acuerdo a los lugares que se esfuerza para frecuentar, para pagar el seguro médico, para salvarse de ser asaltado o asesinado todas las veces que sube al auto, la moto o el colectivo.
La clase pobre sobrevive, ya no lucha.
La clase alta mira desde arriba y probablemente no le importa lo que sucede abajo, no tiene que luchar, pagan para que otros lo hagan por ellos.