Por Estela Valdés
Tantas historias de vida quedan encajonadas dentro de los expedientes que se cierran favoreciendo a personas que tienen algún tipo de influencia o son la influencia misma, casos que quedan ahí, como si no hubiesen existido jamás, ni las personas que acudieron a la justicia, ni sus sentimientos, solamente su impotencia y el silencio detrás del cual se escudan los cobardes.
Son tantos, y suceden a diario, en todos los niveles sociales, y los más crueles son aquellos que involucran a quienes tienen mayor poder adquisitivo que las madres y los hijos que reclaman vía judicial ser reconocidos.
Lo normal sería que no tuviera que llegarse a estas instancias, que la responsabilidad fuera asumida por ambos de manera natural, sin embargo no sucede así, se desata una lucha judicial, donde las trabas, la humillación y la derrota quedan para la parte más vulnerable: La mujer y el niño.
Ambos sectores siguen con sus vidas, unos con el sabor amargo de la injusticia y la impotencia, otros con la soberbia y la hipocresía, cuando demuestran compasión o empatía hacia otros menores abandonados a su pobreza y a su suerte.
Tal vez estas actitudes obedezcan a muchas razones: la avaricia, evitar problemas con la pareja actual, no sentir afecto hacia la madre de la criatura, puede que sean suficientes para ellos, pero de ninguna manera para la verdad, para el hecho en sí mismo, para las marcas que dejan en el alma el dolor del abandono.